Desde hace muchos años sueño con entregar a alguna revista o editorial de envergadura un sartal de páginas en blanco firmadas con mi nombre. En mi imaginación he contemplado una y otra vez el color del papel abandonado, mi nombre atravesando la nieve como una esquirla de fuego. En 1931 el escritor italiano Giovani Papini publicaría uno de sus libros más celebrados: Gog. Más allá de sus singularidades, llama la atención uno de los setenta relatos que lo componen, hablo de “El fantasma”, una página en blanco interrumpida por el título.
El relato de Papini me hace pensar en la no escritura como posibilidad de representación. Cuando se habla de este tema tiende a pensarse en el silencio decidido de algunos escritores. Rimbaud, para no ir más lejos, cambió la escritura por el tráfico de armas y el delirio en alguna costa de África. Juan Rulfo dejó de escribir porque, según decía, se le murió el tío Celerino, quien le contaba las historias. Esas formas del silencio podrían entenderse también como un tipo de escritura, Margarite Duras diría que “escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido”.
Para otros escritores como Álvaro Mutis el silencio es una gracia inalcanzable. En el último poema que escribió habla sobre un pensamiento que lo ronda, la idea de que ha llegado el momento de callarse. “En el silencio, ya lo dijo Rimbaud, / ha de morar el poema, / el único posible ya”. El poema lleva por título Pienso a veces… y está dedicado al filosofo Alejandro Rossi. Hacia el final de la última estrofa Mutis nos hace participes de una visión sublime del mutismo definitivo “Pienso a veces que ha llegado la hora de callar, /pero el silencio sería entonces / un premio desmedido, /una gracia inefable / que no creo haber ganado todavía”.
Ante esa visión de lo silente como algo que se gana, un derecho divino, un estado de gracia, cabe hacerse la pregunta sobre el momento de retiro de un escritor. En el texto “Corazón tan tricolor” el escritor español Enrique Vila-Matas se pregunta si los jugadores de fútbol experimentan en algún momento de sus carreras el reconocimiento de que ya hicieron su mejor jugada, que hay un partido en el que su actuación fue excepcional y ya quedó atrás. En el mismo texto compara esa situación con la de los escritores que, muy difícilmente, estarían dispuestos a admitir que su mejor libro ya lo escribieron. Ante esa perspectiva, quienes se dedican al oficio de domar la página en blanco parecen condenados a continuar fabricando oraciones. a decir como quien no puede callarse en un baile de salón. Así las cosas, la escritura parece ser no sólo un medio de expresión sino también una condena, un juego del que nadie sale con vida.
Es precisamente por lo anterior que me llama la atención el relato “El fantasma” de Giovani Papini. En primera instancia por la economía del lenguaje, el escritor pone un título provocador y con eso le basta, cada lector podrá inventar su espectro a medida. En segundo lugar, por la efectividad del pacto ficcional pues, yo mismo soy el primero en creer que esa página está embrujada, que se llevó el relato a otros libros, que solo puede verse a ciertas horas de la noche con el sonido de una puerta chirriando de fondo. Por último, me interesa la representación fidedigna de la ausencia, en el relato de Papini no son necesarios los personajes, las tramas, los giros lingüísticos, porque en el silencio estaba ya todo contenido desde antes de ser dicho. El escritor puede permitirse el silencio ante lo incomprendido, ante lo que debe permanecer como materia en bruto, sin palabras.
Antes de poner el punto final sobre este texto quiero advertirle al lector que si busca el relato de Papini tal vez no lo encuentre. Algunos autores suelen editar sus libros en la noche del mundo, mientras el resto dormimos. Cuando nadie los ve cambian páginas, agregan palabras y personajes que antes no estaban, se roban candelabros y mueven diversos objetos de sitio. Los autores son duendes en las bibliotecas a oscuras. También es posible que el relato nunca haya existido, que todavía esté a tiempo de presentar en alguna imprenta una página en blanco proseguida por mi firma, pero el silencio es todavía un hallazgo que no puedo alcanzar.