Al grito:

Nueve,

Palma,

Bayona,

Aire.

Inicia la épica carrera por llegar a la meta, toda la avenida Kennedy volao.

Los sonidos corporales, la bachata, el chófer con su gran barriga, la mujer preñá, el carajito llorando, el azul del cielo y los olores extraños.

Aparece en la escena el cobrador, con un palillo en la mitad de la boca dice: «a ti moreno como anoche”.

Agarrado de la puerta cual malabarista el cobrador cuenta el dinero, chequea que falta uno atrás y convida a los transeúntes a ser parte de la hermosa travesía.

El evangélico con su megáfono dentro del autobús anuncia con bombos y platillos el fin del mundo, hoguera para pecadores.

Una señora con cara de amanecida toma «la palabra» para ella y le dice: «Amigo suéltame en banda! Si no quiere que se alme un maldito lio ahora mismo».

A una chica otra le pregunta «¿Te quieres coger el asiento pa ti sola?» La otra la mira con desprecio y la ignora.

El viaje continúa, entre el jolgorio, la guacherna, el como anoche, el bajo a mono y las inmensas ganas de llegar.

Por fin llego al lugar donde debo desmontar  del animal, el cobrador con un tonito ambivalente, mitad grosero, mitad amable, me dice: ¡Lo chelito! Morena.

Le doy el dinero.

Hace una revisión y con gesto de que todo está bajo control me invita a desmontarme.

Bajo un pie, y el chofer arranca como un desquiciado, mi cara acabó en el pavimento ante la mirada atónita de los transeúntes.

Me levanto frente en alto, pecho al aire y continuo mi marcha hacia mi destino.

 

 

 

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