Desde que empecé a ver la fotografía como algo más que la facilidad tecnológica para capturar un momento y revivirlo después, desde que empecé a entenderla como la entrada a un sinfín de posibilidades comunicativas y creativas, me ha obsesionado capturar el movimiento. No sé bien por qué. Tal vez por lo aparentemente paradójico de utilizar una técnica estática para mostrar cómo algo se mueve. O por el hecho medio gracioso de conseguir, a propósito, lo que se suele obtener cuando se hacen las cosas mal. Una foto «movida» suele ser una fotografía mal hecha, y sin embargo, no necesariamente.
En diferentes series o imágenes individuales, he fotografiado el movimiento de las calles, de la gente a mi alrededor, del humo, de los animales, de mi insomnio…
Pero creo que pocas veces he logrado, como en esta serie, restar todo sentido a la paradoja movimiento-fotografía fija. Difícilmente haya mejor forma de captar la esencia de la danza que mediante el movimiento, puesto que su base misma es la transformación del movimiento en arte.















